El fin de semana termina con las fotos del fin de semana. Han sido sólo dos días, y ojalá hubieran sido unos cuantos más. La calma de la casa del delta.
El sábado por la noche preparé el cigarrillo en casa, y lo fumamos camino a la orilla del mar. El cielo cubierto, y la oscuridad ocultando los charcos en la arena. Trescientos metros separan la casa del mar, trescientos metros de desierto.
El viento es un fluido que me permite tener los pies en la tierra. Camino empujado por su fuerza, y contra su fuerza, y pienso en Joaquin y sus enseñanzas sobre cómo encender un cigarrillo en mitad de un vendaval.
El mar respira en la conversación repetitiva de las olas, indiferente a nuestras respuestas. Una y otra vez las mismas palabras, y sin embargo no podemos dejar de escucharlas.
Bajo los pies un suelo de arena infinita. Lejos, muy lejos, apenas se dibujan las luces del mundo urbanizado.
La calma es un estado subjetivo, y cuando puedes compartirla sabes que has encontrado a la persona adecuada. Contigo siento la calma, y también con vosotros, junto al Sena en París o junto al mar en el delta. A veces en Barcelona, en el banquito de la calle Tamarit o en la playa de la Barceloneta.
La vida en la ciudad es por lo general insulsa y poco usable, como internet. Hacer cualquier cosa es innecesariamente complicado, y además la mayoría de cosas que hacemos no nos apetecen, y todo el mundo queda demasiado cerca y al mismo tiempo muy lejos.
En la casa del delta el placer de estar vivo es suficiente para tener una vida plena.
Sólo faltas tú, pero no tengo prisa.
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