viernes, 31 de diciembre de 2010

La promesa para el año que empieza


Vivian Maier es el nombre de una mujer que trabajó limpiando casas, y terminó en la calle viviendo de la voluntad. En su tiempo libre, hizo fotos como la que ilustra este post. Hizo muchas fotos. Más de cien mil, que perdió por no poder pagar el alquiler del almacén donde las guardaba, tal y como explican en este documental sobre una de las mejores fotógrafas del siglo veinte

En el 2011, yo quiero caminar como esta niña, de frente pero sin perder de vista lo que sucede a los lados. Cogidas las manos al amor y a la confianza, con deliciosos toques de rutina. Y con un gorrito en la cabeza, protegiendo mis pensamientos y el frío de mi imparable calva. Dando calorcito, como tu cuerpo. Y con una sombra alargada de la que ya no quiero arrepentirme. 

Llega un nuevo año, amigas y amigos, y tengan claro que llegará cargadito de fruitman, que regresa para aportar un poquito de coherencia y de felicidad al mundo. 

Nos vemos. 

miércoles, 12 de mayo de 2010

Entropía

Hoy he visto la película Si la cosa funciona. Hay una escena muy divertida, y a la vez algo trágica (así son las pelis de Woody Allen) en la que Melody se está enamorando de otro chico. El chico la besa, y ella dice "entropía, es como la pasta de dientes, nunca puede volver a entrar en el tubo una vez ha salido." Y es que algo así es enamorarse: la pasta sale del tubo, para no volver a entrar.

Técnicamente, la entropia es una medida del desorden del mundo. De acuerdo a la segunda ley de la termodinámica, la entropia del universo sólo puede aumentar o quedarse como está, pero nunca reducirse. Es decir, el universo se comporta de tal modo que todo tiende a estar más y más desordenado.

Me parece un concepto fascinante. En particular, me fascina que algo tan aparentemente banal como el desorden en constante crecimiento de mi casa sea extendible al comportamiento del universo. La entropía aumenta, siempre. De hecho, es la única ley del mundo que implica una dirección del tiempo: la flecha del tiempo señala hacia donde aumenta la entropía, y por lo tanto el tiempo no es reversible.

O sea que del desorden creciente de mi casa se deduce la dirección del tiempo, la muerte inevitable, y la segunda ley de la termodinámica, base del motor y todas estas cosas industriales que nos hacen tan modernos. Y también enamorarse parece estar relacionado con la entropía, como dice Melody.

Ciertamente, enamorarse introduce desorden en la vida de uno. Para empezar, nos enamoramos y ya no queremos estar solos. Necesitamos estar con ella. Todo el rato. Incluso preferimos dormir abrazados en posiciones rarísimas con el brazo doblado acrobáticamente. Desorden máximo.

El momento que lo inicia todo es el primer beso. Ese instante único por definición, mágico, seguramente lo mejor que puede pasarle a uno en la vida. Es un momento genuinamente irreversible, la pasta que ya nunca más entrará en el tubo, puro aumento de entropía. Las dos personas que se besan cambian para siempre, de manera irreversible, porque ya nunca en la vida volverán a verse del mismo modo la una a la otra.

Últimamente, yo intento mantener ordenada la casa. Sin embargo, el medidor de entropía me indica que ésta sigue aumentando, incluso más deprisa que cuando se acumulaban papeles, pantalones y camisas tirados por el suelo. Y debo confesarles que el aumento de entropía es una sensación muy agradable, a pesar de que marque una dirección del tiempo, a pesar de que me produzca dolores en el brazo.

lunes, 10 de mayo de 2010

Domingo

Despertarnos, dar vueltas por la cama, mirarnos, cerrar los ojos, abrirlos, acariciarnos, bostezar, levantarnos, ducharnos juntos, contemplar tus cremas, reírnos el uno del otro, respirar el aire de un día nuevo, bajar por la calle, comprar el periódico, buscar un café, desayunar a las doce del mediodía, despedirnos, (echarte de menos el resto del día), comer una paella, dormir la siesta, leer el periódico, pensar en tus ojos, escuchar a mi hermana, preparar la cena, sentir el recuerdo de tu tacto en mis caderas, poner un disco de Ry Cooder, devorar otro bote de eagles como remedio contra el mono de tabaco, hablar por teléfono, imaginar un viaje, escuchar el silencio, doblar las camisetas, ordenar la ropa interior, escribir un día en el blog, entrar en la cama, leer, ir al baño por última vez, apagar la luz, soñar un poco, despertar, dar vueltas por la cama vacía, bostezar, darme una ducha, salir a tu encuentro, y desayunar.

viernes, 2 de abril de 2010

De Benidorm a Agua Amarga

Finalmente, hemos llegado a Agua Amarga. José nos ha alquilado su apartamento, y hemos caminado hacia la playa, y se nos ha hecho de noche mientras me entretenía con la cámara y Cris subía por las rocas.

Ayer dormimos en Benidorm, ciudad abominable que uno acaba visitando de un modo u otro. Mejor ahora que dentro de cuarenta años, supongo.

Nunca en mi vida había visto tantos cochecitos eléctricos para viejos y minusválidos. Nos metimos en el paseo, siguiendo a la muchedumbre de jubilados y horteras de todas las edades, y daba vértigo. Era como unirse a un mundo paralelo, en el que dormir en un hotel barato con pensión completa es motivo de felicidad.

Por la noche, estuvimos fumando y escuchando música en la terraza. He creado una lista de reproducción en el Spotify para ir guardando la banda sonora del viaje. Empieza con Arabia, un sueño flamenco de José Ángel - quien por cierto, hablando de sueños, nos ha contado que el otro día soñó que estaba en la cama con una chica y con Iniesta. Imagino que un sueño así te deja algo perturbado. La lista cambia entonces a Brown eyed girl, y Heart of Gold, y Man on the moon, para detenerse durante tres minutos y veinticuatro segundos en Stuck in the middle with you, que descubrí gracias a una chica de ojos marrones. Y sigue.

Cris ha bajado de las rocas, y hemos caminado hacia el bar de la plaza del pueblo de Agua Amarga. Había como quince o veinte niños jugando con pelotas y bicicletas y  motos y excavadoras y tractores de juguete. Aproximadamente cada minuto sucedía un accidente. Choque de bicicletas, atropello, caída. Cris ha tenido la habilidad de detectar a todos los hermanos, y deducir las respectivas madres.

Nos hemos quedado prendados de otra Cris, una niña de apenas dos años que ha decidido jugar a sostener a la vez tres pelotas de goma de colores. Ser niño es tan sencillo como querer sostener tres pelotas a la vez. Y cuando se te caen de tus minúsculas manos, ríes y lo vuelvas a intentar. A veces también lloras, pero pasa pronto.

En casa, he cocinado una especie de pasta a la putanesca, con ajos, anchoas, tomate y pimiento verde, y luego nos hemos quedado frente a la tele viendo El fugitivo. La peli ha empalmado con Evasión y Victoria, y me he servido una Coca Cola, he cogido cuatro cigarrillos del Camel de Albert, y me he sentado a escribir en la mesa de madera vieja del comedor. La conexión a internet no es muy buena, así que no creo que vaya a poder publicar esto en el blog.

Siempre es agradable compartir unos días de vacaciones con amigos. Además, hace tiempo que no tengo unas vacaciones diferentes. Durante los últimos años, siempre he ido de vacaciones al mismo sitio, a hacer prácticamente lo mismo, con la misma persona.

Mañana exploraremos la zona. Alguna excursión (no muy larga, espero), y un baño en el mar que espero que pueda ser bien largo. Es Abril, y el agua estará fría, y costará entrar. Pero nos bañaremos, y cuando ponga la toalla sobre mi cuerpo para secarme, temblando de frío, pensaré en una cama, y una espalda muy blanca, y una manta cubriéndonos los pies.

lunes, 22 de marzo de 2010

Flamenco en Robadors

A veces uno sale a merendar un chocolate con nata, y termina en un antro de Robadors disfrutando con un concierto de flamenco improvisado y varias cervezas en el cuerpo, y la hora marcando el sueño del día siguiente.






















Antonio ha cogido la guitarra, y durante casi una hora la Estrella Morente de Robadors le ha dado al porro, los cubatas y la voz con igual pasión, mientras los demás intentábamos seguir con las palmas y con los ojos.

Al flamenco puedes entrarle, o puedes quedarte a un lado con cara de no entender nada, como con el jazz. Pero el flamenco tiene esas letras, esos versos que se van colando entre las palmas y las cuerdas de la guitarra... "quiero jugar al amor, como la lluvia cae sobre ti".

Y entonces te enamoras de la Estrella, y piensas en la lluvia que tantas veces ha caído sobre ti.

martes, 16 de marzo de 2010

Lo que al día le pido

Lo que al día le pido ya no es
que me cumpla los sueños, que me entregue
los deseos cumplidos de otros días
porque al fin he aprendido que los sueños
son igual que las alas de un insecto
y al tocarlos el hombre se deshacen;
y es que un sueño al cumplirse es otra cosa
que no ayuda a volar.
Lo que al día le pido es ese sueño
que al rozarlo se parta en otros sueños
lo mismo que una bola de mercurio
y que brille muy lejos de mis manos.
Lo que al día le pido empieza a ser
más difícil incluso de alcanzar
que los sueños cumplidos, porque exige
la fe antigua en los sueños.
Lo que al día le pido es solamente
un poco de esperanza, esa forma modesta
de la felicidad.

de Vicente Gallego

La Plata de los días, de Vicente Gallego, fue uno de los primeros libros de poesía que leí por gusto fuera de las aulas. Me lo compró mi padre, creo recordar, junto a tres o cuatro libros más, cuando todavía íbamos a las librerías y me compraba libros para culturizarme un poco.

Es tarde, y mañana me voy a Madrid a trabajar, y debería estar durmiendo, como tú, pero sigo despierto y pidiéndole al día un poquito más de día.

Yo también quiero un sueño que al rozarlo se parta en otros sueños. Darte un beso, y dejar que brilles muy lejos de mis manos.

domingo, 14 de marzo de 2010

Estaciones de paso

El tiempo es la materia de los sentimientos, de los pensamientos.

Hace un par de meses, vivo algo obsesionado con el tiempo. Con encontrar el momento adecuado, con terminar a tiempo, con empezar a tiempo.

Tuve que darme tiempo para encontrar el momento adecuado para decir adiós a ocho años a tu lado. Finalmente, tras varios meses de dudas, te dije adiós. Lloramos juntos a miles de quilómetros de distancia, unidos por quién sabe cuántas líneas telefónicas y conmutadores y esas cosas que mantienen a flote las telecomunicaciones mundiales. Te dije adiós, y salí de casa, y fui caminando hasta la playa, y me quedé mirando el mar.

Necesitaba que pasara deprisa el tiempo, que ya fuera Junio o Agosto y la playa estuviera llena de turistas, que me llamaras y me dijeras que estabas bien, que habías conocido a alguien, que nos seguíamos queriendo pero habíamos tomado la mejor decisión posible, que por fin agradecías que hubiera decidido herirte.

Pero el tiempo va a su ritmo, y aunque ya no temo por ti, la vida sigue teniendo el mismo color agridulce, y sigo temiendo la soledad inevitable de las horas sin sentido. Y sigo obsesionado con el tiempo, con empezar, con terminar. Algo no termina de encajar, algo me hace pensar que a pesar de ser muy afortunado, la vida no es todo lo que podría ser.

En mi vida cotidiana, estar a tu lado me hace olvidar no sé qué vida, no sé qué remordimientos, no sé qué esperanzas. Te estiras junto a mí en la cama, y acaricio tu piel, y me abrazas con tus brazos y tus piernas, y me das un beso (bueno, ¡muchos!), y huelo a la vez en las sábanas tu ausencia y tu presencia. Porque tú también estás lejos de mí, como yo. Tú también eres tiempo que no sabe si termina o comienza.

En el trabajo, aparecen otras personas que dicen ser yo mismo, otras pasiones que dicen ser mi pasión verdadera. Sin embargo, lo único que me apetece es estirarme y ver la luna desde la habitación de un hotel

Estirarme, y fumar marihuana, y olvidarme absolutamente de todo excepto de la luna. La luna, mi intemporalidad hecha materia, la luz en la oscuridad que un día tiene que hablarme sin rodeos, y contarme la verdad de la mentira.

En el tren de la vida, hay estaciones de paso, hay relojes que marcan a la vez el comienzo y el final del viaje. Entonces, es necesario pararse a escribir, y apreciar el privilegio de poder sentarse en el andén. Escribir, como ahora, y aceptar el regalo de la luz del día.

Quizás el secreto sea que siempre quede una pieza por encajar, quizás sea aceptar que la felicidad se encuentra en las estaciones de paso, en el tiempo incierto de un reloj que es a la vez principio y final.

martes, 2 de marzo de 2010

Lectoras





















Una amable lectora me envía esta foto de la luna que, dice, ilustra mis teorías sobre la luz de la luna.

Por algún motivo, siempre he tenido más lectoras que lectores. Me gusta que así sea, pues todo el mundo sabe que el femenino es un sexo superior.

Hace unos años, bastantes, era incapaz de bromear con una mujer. Me costaba muchísimo hablarles. Entonces escribía más que ahora, seguramente porque escribía en papel. De mis historias siempre solían gustar mucho los diálogos: "Son muy frescos, muy reales". Y sin embargo, me era imposible trasladar esos diálogos a mis tímidas conversas con el sexo opuesto.

Años más tarde, vivir en Londres con tres mujeres durante seis meses me cambió definitivamente. Levantarse cada mañana era un amor: Anna saliendo del baño oliendo a jabón y con la toalla enrollada en el cuerpo, Amelie quejándose por llegar tarde, Laura bostezando en pijama preparando el desayuno. A veces, en noches de insomnio, Laura y Anna me contaban su sueño de abrir una escuela de cocina en la Toscana, y yo me imaginaba casado con las dos, en una harmonía perfecta con la naturaleza y con sus cuerpos.

Después me mudé de piso (todo lo bueno termina, o lo acabamos jodiendo, que viene a ser lo mismo). Conocí a Nabilah, una musulmana que se escandalizaba cuando le tocaba la mano o usaba su cuchillo para cortar el chorizo que me mandaba mi madre. Y también a Wuiwui, una periodista china afincada Malasia que despertó mi morbo por las periodistas. Y que no se escandalizaba cuando le tocaba la mano, y disfrutaba con el jabugo.

Y a partir de entonces, me hice adicto a hablar y reír con mujeres. Pocas cosas hay mejores. Me encanta que me mientan, que me digan la verdad, que se enfaden (sólo un poquito), que escojan películas horriblemente cursis para ver en casa con un porrito, que me lleven a ver una buena película al cine y se coman todas las palomitas.

Existe todavía algo innatural en la amistad con una mujer, y ese algo me atrapa. Ese algo despierta en mí una personalidad distinta, una máscara con la que me gusta jugar.

Por esto también me gusta que, de vez en cuando, una amable lectora me mande una foto para recordarme que las palabras no siempre se las lleva el viento de la noche.

jueves, 25 de febrero de 2010

La luz viaja en la oscuridad

Terminó el congreso, y regresé al hotel cansado. Me estiré en la cama, dispuesto a dormirme con el ruido de la lluvia. Miré el techo inclinado: una ventana me mostraba la oscuridad del cielo, y a un lado la luna, tímida pero brillante, blanca, imperfecta.

Entonces me pregunté por qué brilla la luna, por qué es blanca en mitad de la oscuridad. La lluvia golpeaba el cristal de la ventana con la fuerza necesaria para no dejarme escuchar nada más que el pulso de la sangre en las venas de mi oreja descansando contra el cojín.

¿Por qué brilla la luna, si todo lo demás está oscuro a su alrededor?

Cierto, la luz de la luna nace en el sol. Entonces, ¿por qué no vemos los rayos del sol en su trayecto hacia la luna? Me levanté para ir al baño, y me fumé un cigarrillo sentado en el retrete. Pensé en la cantidad de personas con las que había hablado durante el día, y me pregunté si alguna vez se habían hecho la misma pregunta.

Me pregunté también si tenían una ventana en el techo de su dormitorio, me pregunté si dormían acompañadas, me pregunté si se alegraban por dormirse junto a alguien, y si al despertar les seguía alegrando encontrar a alguien respirando a su lado. El mundo puede ser fascinante cuando nos preguntamos este tipo de cosas acerca de las personas que se sientan en el metro frente a nosotros.

Regresé a la cama. Estaba sólo después de un largo día de trabajo, en una ciudad extraña, en una habitación extraña, en unas sábanas extrañas, con la única compañía de la noche y mis libros y mis pensamientos. Y la digestión de la cena, y el Ribera del Duero en mi cabeza.

Resulta que la luna brilla cuando la luz del sol impacta contra su superficie. Resulta también, que la luz viaja en la oscuridad. Es una extraña paradoja, como las sábanas que me envolvían. La intuición nos dice que la luz, al viajar, ilumina todo lo que encuentra a su paso. Y así es. Pero si a su paso no existe nada, la luz viaja en la oscuridad.

El universo está vacío de reflejos, no hay polvo, no hay partículas, no hay nada que refleje nada. Cuando la luz del sol viaja hacia la luna, no la vemos hasta que no impacta contra la luna misma. Por eso la luna brilla en la oscuridad, porque vive suspendida en el vacío.

Me hubiera gustado ser capaz de llegar a esta conclusión ayer por la noche, pero he necesitado de la ayuda de Landiman, mi querido y eterno compañero de piso, para encontrar la explicación. Se supone que soy físico, y que debiera saber estas cosas, pero no las sé. Yo sólo veía la luna brillando en la oscuridad, y sólo supe preguntarme por qué no veía los rayos del sol.

Landiman me ha contado que él tampoco se formuló esta pregunta cuando estudiamos juntos la licenciatura en física. Landiman se formuló esta pregunta cuando era pequeño, y encontró la respuesta muchos años más tarde, estirado en una playa nocturna, durmiendo al aire libre junto a la persona con quién quería despertar al lado todos los días de su vida.

Ahora, me iré a la cama feliz y tranquilo por haber comprendido algo que merece la pena comprender al menos una vez en la vida.

Deberíamos preguntarnos más a menudo por qué brilla la luna en la oscuridad. Quizás, entonces, sólo aspiraríamos a tener una ventana en el techo de nuestra habitación. Quizás, entonces, nos bastaría en la vida con tener el tiempo necesario para perderlo mirando al techo, mirando al cielo, escuchando la lluvia y la sangre golpeando nuestra oreja.

Pero nos gusta complicarnos la vida. Nos gusta pensar que necesitamos ser realistas, y aspirar a tener sólo aquello que podemos tener, lo que ya todos tienen tarde o temprano. Y siendo realistas, dejamos de comprender la naturaleza de la luz, la realidad misma.

La luz viaja en la oscuridad, porque no la vemos hasta que no impacta contra un cuerpo. Entonces, mientras viaja en el vacío, ¿existe la luz?

La próxima vez que contemples la oscuridad, piensa que está llena de luz, y que sólo debes estar dispuesto a perder el tiempo para que brille blanca como tu piel, como la luna.

Porque sólo cuando estamos dispuestos a perder el tiempo, cuando nos estiramos en la cama y renunciamos a tocar con los pies en el suelo, existe la luz en la oscuridad.

domingo, 14 de febrero de 2010

La mentira

A los once años, me apunté a un cursillo de karate con un amigo con el que solíamos ver películas de Bruce Lee.

Una tarde, me dio palo ir a clase. Así que me di media vuelta, regresé a casa y le dije a Teresa, la asistenta, que el profe estaba enfermo y se había cancelado la clase. Repetí la misma mentira a menudo en los días que siguieron. Tanto la repetí, que Teresa acabó por llamar al curso y preguntar por qué fallaba tanto el profesor, y descubrió la verdad.

Me llevé una buena bronca, pero en lugar de acojonarme, me impulsó a mejorar mi técnica de la mentira.  Poco a poco, empecé a aficionarme a mentir de manera rutinaria. Cualquier cosa, por insignificante, era buena excusa para inventar una nueva mentira.

Algunas mentiras duraban tantos días, tantos meses, que tuve que construirme una especie de universo paralelo en el que incluía todas las mentiras, y que me permitía navegar con fluidez en mis relaciones con los demás. Era apasionante. La realidad, tan absurda, tan vulgar, se volvía primavera en mi jardín de mentiras. Y yo las regaba y las hacía crecer, y a veces decidía cortarlas a mi antojo, y se las servía a mi incrédula madre, que se comenzaba a preocupar por mi creciente obsesión.

Ahora creo que mentir o no mentir ya no me obsesiona. He vivido escenas de dolor extremas que me han convertido en un personaje algo cínico, que tiende a preocuparse únicamente por lo que merece la pena en este mundo: la amistad y el amor. Por eso el otro día me hizo gracia que una compañera de trabajo me dijera, en un descanso de la reunión con un cliente en Madrid: "si manipulas así a los clientes, no quiero ni pensar en cómo nos debes manipular a nosotros".

Al terminar la reunión, regresamos al hotel. Me estiré en la cama con ese gusto tan bueno que da estirarse en una cama limpia. Abrí los brazos y miré hacia el techo. Y me pregunté si alguna vez había manipulado a mi compañera de trabajo, que dormía la siesta en la habitación de al lado.

Supongo que sí, que sigo mintiendo. Pero es que yo creo en los mentirosos que me hacen reir, y desconfío de la sinceridad del aburrimiento. Un hecho sólo es verdadero cuando sucede. Después, todo son mentiras.

Debí dormir unos quince minutos antes de levantarme y lavarme los dientes. Sin ponerme las bambas, salí de mi habitación, y llamé en la puerta al otro lado del vestíbulo.

Y cuando me abrías la puerta, cogí aire para seguir mintiendo.

lunes, 25 de enero de 2010

Estación de tren

Llego a la estación a las 17.35, el panel digital con los horarios indica que mi tren no sale hasta las 18.30. Compro un paquete de tabaco en el bar, y salgo a fumar un cigarrillo.
La luz es gris y gastada como el metal viejo de las columnas y las marquesinas, árboles muertos que ya no crecen en los andenes.
Un filipino me da fuego, y a penas consigue decirme "de nada". Un tipo está sentado en un banco, la barba negrísima, su silla de ruedas aparcada al lado. Siempre que veo una silla de ruedas recuerdo que si no hubiera tenido mucha suerte, yo también habría terminado en una de ellas.
Fumo y camino hacia el extremo descubierto del andén, donde la luz es más azul y se respira algo de mar. Una chica de pelo rubio, la piel blanquísima, está sentada en el último banco. Hace un amago de d
levantarse, y comprendo que me he equivocado. Desaparece la piel hermosa de su cara en la distancia, y veo una mujer inflada, desmejorada, casi vagabunda, que se acerca a pedirme dinero. Olvido el azul y el olor a mar, le digo "no tengo nada" y apuro mi cigarrillo mientras doy media vuelta.
Entro en el edificio de la estación, y me siento frente a una mujer que le cuenta a su amiga que el otro día entró en la habitación de su hija de 14 años, y la encontró estirada en la cama con el novio de 15 años. A la madre no le importa, dice, que se sienten juntos frente al ordenador, pero estirarse en la cama no es aceptable. Me pregunto qué hay de mejor en un ordenador que en una cama cuando tienes 14 años y estás enamorada.
Saco mi moleskine y comienzo a escribir que he llegado a la estación a las 17.35, y mi tren no sale hasta las 18.30.
Tengo una chica delante con unos pendientes de aro enormes. La miro, son verdaderamente horribles, gigantes. Lleva el flequillo cortado hasta media frente, gafas de patilla gruesa y blanca, un iPod directo a sus orejas y el móvil en la mano. Me pregunto si sospecha que ahora mismo la estoy garabateando en mi libreta. Ahora me muestra su perfil, ahora se gira porque llega un tren y hace ruido y la sala se inunda de gente. Se levanta, tiene un culo mediocre. Da unas vueltas por el vestíbulo, para que pueda apreciar mejor su cuerpo, pretende distraerse con las máquinas expendedoras de billetes, y vuelve a sentarse delante mío.
Ahora soy yo quien se levanta. Voy a fumarme otro cigarrillo antes de subir al tren.

lunes, 18 de enero de 2010

Cambio de luz

Apago la luz que cuelga del techo, y oriento hacia arriba la lámpara que me regaló Landiman.

Me siento en el sofá, y la habitación parece otra.

El espacio ha cambiado.

Ahora que busco piso, también es momento de disfrutar esta habitación que me ha alojado durante cinco años.

De iluminarla con otra luz, para apreciar mejor la felicidad que ha albergado.

lunes, 11 de enero de 2010

Ruptura

Hubo un tiempo en que sólo me relacionaba con extraños a través de este blog. Un tiempo antes de twitter y facebook y rarezas modernas similares. 

Al volver a escribir aquí, he comprobado que a pesar del tiempo, sigo teniendo algunos de los lectores que descubrí entonces.

Con las parejas no sucede lo mismo. Cuando se rompe, se rompe. Por eso me cuesta tanto seguir adelante ahora, en algunos momentos de flaqueza. Y por eso es pertinente este poema que transcribo ahora, y que he descubierto gracias a los desvaríos varios de un lector fiel, de una feliz casualidad.

Ya no será,
ya no viviremos juntos, no criaré a tu hijo
no coseré tu ropa, no te tendré de noche
no te besaré al irme, nunca sabrás quién fui
por qué me amaron otros.

No llegaré a saber por qué ni cómo, nunca
ni si era de verdad lo que dijiste que era,
ni quién fuiste, ni qué fui para ti
ni cómo hubiera sido vivir juntos,
querernos, esperarnos, estar.

Ya no soy más que yo para siempre y tú
Ya no serás para mí más que tú.
Ya no estás en un día futuro
no sabré dónde vives, con quién
ni si te acuerdas.

No me abrazarás nunca como esa noche, nunca.
No volveré a tocarte. No te veré morir.

Idea Vilariño

The deer hunter

Salíamos del cine y unas chicas han comentado "pues yo sólo he visto ruletas rusas y la guerra". Es lo que tiene la vida: cada uno ve hasta donde es capaz de sentir.

Cuando Mike (Robert de Niro) dice que un ciervo sólo debe matarse con un único disparo -"just one shoot"- Stan (John Cazale) le reprocha que sea tan hermético con sus filosofías que nadie entiende. The deer hunter exige bastantes cosas al espectador. Del mismo modo que no es fácil comprender a Mike, tampoco es fácil entrar en la película.

Las buenas películas te atrapan tras salir del cine, cuando vuelves a casa caminando, y el frío ignora tu chaqueta y tu bufanda, y sólo puedes pensar en Meryl Streep y en una bala abriéndote los sesos. Extraña combinación.

Sigo con el frío, y con Meryl Streep y la bala y el ciervo y Robert de Niro.

Feliz por haber visto una de las mejores películas de mi vida. Extrañamente feliz, como el que está seguro de que no perderá en la ruleta rusa, como el que sabe que morirá como deben morir los ciervos.

Como el que espera que un día Meryl Streep se cruce en su vida, y no tenga que salvarlo de nada, porque ya todo esté ganado y perdido.

sábado, 9 de enero de 2010

Cura para el resfriado

Hoy me he decidido a ir a ver un piso para alquilarlo. He ido al mediodía con una compañera del trabajo, por eso de que cuatro ojos siempre ven más que dos. Pero resulta que no nos hemos entendido con la agencia, y no hemos podido ver el piso, y he tenido que volver, esta vez yo sólo, por la tarde.

Me esperaba la típica chica que trabaja en una agencia inmobiliaria, con su abrigo medio pijo tapando una profesión de lo más absurda: enseñar pisos con la mayor desgana del mundo. Hemos entrado, he visitado, ella apenas ha pronunciado palabra. Un piso mono, con su parquet y su calefacción y su baño y cocina nuevos y un patio espectacular.

Al terminar la visita, he hecho un par de llamadas, y me he puesto a caminar. Hacía un frío de cojones, y para colmo como un imbécil hoy he salido tapado sólo con la americana que me regalaron en navidad. Ni siquiera bufanda. Un desastre, con el agravante de que arrastro un buen resfriado.

Caminando, con ese frío y esa noche incipiente, me he preguntando qué coño estaba haciendo. Con treinta y un años, después de siete años manteniendo una relación a distancia imposible, todavía enamorado pero sin una gota de amor en el vaso de mis pasiones. Y visitando un piso que me queda grande y vacío. Para vivir sólo. Para disfrutar en soledad de mi dinero y mis vicios.

Ya en casa, he dormido un rato. Dormir es lo mejor que puede hacerse cuando uno está triste. Me ha despertado landiman un rato más tarde para irnos a cenar al BJ con Laia, Alberto, Cristina, Xavi, Mariano. Nos hemos puesto hasta arriba de birras, y luego unos gintonic, y después unos chupitos.

Una reunión de borrachos treintañeros, hablando de posmodernidad, pornografía, amistad y asuntos similares. Y fumando y bebiendo sin parar. Y riendo, y preguntándonos por el tiempo que todavía nos queda para repetir estos encuentros. Y yo con mi resfriado, terminando las servilletas del servilletero.

Para conjurar el maldito paso del tiempo, hemos quedado mañana para compartir una tortilla de patatas y unos estándares de jazz. Ya tengo ganas de tocar la guitarra, y cantar a gusto.

Es la cura para este resfriado que arrastro, con la garganta irritada, los mocos tozudos y el rumbo sin rumbo. Igualito que la infeliz con abrigo medio pijo que me ha enseñado el piso esta tarde.

viernes, 8 de enero de 2010

Lágrimas saladas

Dice landiman que no le gusta que en mi última entrada describa las lágrimas como amargas. "Las lágrimas son... saladas", me ha dicho. "Pero no son amargas".

Tiene razón, las lágrimas son saladas, y el adjetivo "amargas" tiene connotaciones demasiado manidas literariamente.

Entonces hemos hablado un ratito, y se me ha ocurrido que escribo este blog igual que toco la guitarra. Las "lágrimas amargas" de las que puedo hacer uso en tantos textos, son como las mismas frases de blues que repito hace tiempo. Lugares comunes, que sin embargo te hacen pasar un buen rato tocando, un buen rato escribiendo.

Las lágrimas son saladas, dice landiman, y algo extraño pasó cuando se creó este mundo para que mar y lágrima contengan el mismo elemento, añade.

Las lágrimas son saladas, y el caldito de tu cuerpo tiene un gusto metálico, adictivo. En eso sí que ha estado de acuerdo landiman.

Entonces he pensado que recuerdo mucho mejor el sabor de tu líquido más íntimo que el sabor de tus lágrimas.

Y me ha hecho feliz, porque eso significa que mi cerebro funciona. Que ya ha entendido que es mejor recordar las lágrimas de tu sexo que las lágrimas de tus ojos.

Y que ahora ya puedo olvidarte.