lunes, 25 de enero de 2010

Estación de tren

Llego a la estación a las 17.35, el panel digital con los horarios indica que mi tren no sale hasta las 18.30. Compro un paquete de tabaco en el bar, y salgo a fumar un cigarrillo.
La luz es gris y gastada como el metal viejo de las columnas y las marquesinas, árboles muertos que ya no crecen en los andenes.
Un filipino me da fuego, y a penas consigue decirme "de nada". Un tipo está sentado en un banco, la barba negrísima, su silla de ruedas aparcada al lado. Siempre que veo una silla de ruedas recuerdo que si no hubiera tenido mucha suerte, yo también habría terminado en una de ellas.
Fumo y camino hacia el extremo descubierto del andén, donde la luz es más azul y se respira algo de mar. Una chica de pelo rubio, la piel blanquísima, está sentada en el último banco. Hace un amago de d
levantarse, y comprendo que me he equivocado. Desaparece la piel hermosa de su cara en la distancia, y veo una mujer inflada, desmejorada, casi vagabunda, que se acerca a pedirme dinero. Olvido el azul y el olor a mar, le digo "no tengo nada" y apuro mi cigarrillo mientras doy media vuelta.
Entro en el edificio de la estación, y me siento frente a una mujer que le cuenta a su amiga que el otro día entró en la habitación de su hija de 14 años, y la encontró estirada en la cama con el novio de 15 años. A la madre no le importa, dice, que se sienten juntos frente al ordenador, pero estirarse en la cama no es aceptable. Me pregunto qué hay de mejor en un ordenador que en una cama cuando tienes 14 años y estás enamorada.
Saco mi moleskine y comienzo a escribir que he llegado a la estación a las 17.35, y mi tren no sale hasta las 18.30.
Tengo una chica delante con unos pendientes de aro enormes. La miro, son verdaderamente horribles, gigantes. Lleva el flequillo cortado hasta media frente, gafas de patilla gruesa y blanca, un iPod directo a sus orejas y el móvil en la mano. Me pregunto si sospecha que ahora mismo la estoy garabateando en mi libreta. Ahora me muestra su perfil, ahora se gira porque llega un tren y hace ruido y la sala se inunda de gente. Se levanta, tiene un culo mediocre. Da unas vueltas por el vestíbulo, para que pueda apreciar mejor su cuerpo, pretende distraerse con las máquinas expendedoras de billetes, y vuelve a sentarse delante mío.
Ahora soy yo quien se levanta. Voy a fumarme otro cigarrillo antes de subir al tren.

lunes, 18 de enero de 2010

Cambio de luz

Apago la luz que cuelga del techo, y oriento hacia arriba la lámpara que me regaló Landiman.

Me siento en el sofá, y la habitación parece otra.

El espacio ha cambiado.

Ahora que busco piso, también es momento de disfrutar esta habitación que me ha alojado durante cinco años.

De iluminarla con otra luz, para apreciar mejor la felicidad que ha albergado.

lunes, 11 de enero de 2010

Ruptura

Hubo un tiempo en que sólo me relacionaba con extraños a través de este blog. Un tiempo antes de twitter y facebook y rarezas modernas similares. 

Al volver a escribir aquí, he comprobado que a pesar del tiempo, sigo teniendo algunos de los lectores que descubrí entonces.

Con las parejas no sucede lo mismo. Cuando se rompe, se rompe. Por eso me cuesta tanto seguir adelante ahora, en algunos momentos de flaqueza. Y por eso es pertinente este poema que transcribo ahora, y que he descubierto gracias a los desvaríos varios de un lector fiel, de una feliz casualidad.

Ya no será,
ya no viviremos juntos, no criaré a tu hijo
no coseré tu ropa, no te tendré de noche
no te besaré al irme, nunca sabrás quién fui
por qué me amaron otros.

No llegaré a saber por qué ni cómo, nunca
ni si era de verdad lo que dijiste que era,
ni quién fuiste, ni qué fui para ti
ni cómo hubiera sido vivir juntos,
querernos, esperarnos, estar.

Ya no soy más que yo para siempre y tú
Ya no serás para mí más que tú.
Ya no estás en un día futuro
no sabré dónde vives, con quién
ni si te acuerdas.

No me abrazarás nunca como esa noche, nunca.
No volveré a tocarte. No te veré morir.

Idea Vilariño

The deer hunter

Salíamos del cine y unas chicas han comentado "pues yo sólo he visto ruletas rusas y la guerra". Es lo que tiene la vida: cada uno ve hasta donde es capaz de sentir.

Cuando Mike (Robert de Niro) dice que un ciervo sólo debe matarse con un único disparo -"just one shoot"- Stan (John Cazale) le reprocha que sea tan hermético con sus filosofías que nadie entiende. The deer hunter exige bastantes cosas al espectador. Del mismo modo que no es fácil comprender a Mike, tampoco es fácil entrar en la película.

Las buenas películas te atrapan tras salir del cine, cuando vuelves a casa caminando, y el frío ignora tu chaqueta y tu bufanda, y sólo puedes pensar en Meryl Streep y en una bala abriéndote los sesos. Extraña combinación.

Sigo con el frío, y con Meryl Streep y la bala y el ciervo y Robert de Niro.

Feliz por haber visto una de las mejores películas de mi vida. Extrañamente feliz, como el que está seguro de que no perderá en la ruleta rusa, como el que sabe que morirá como deben morir los ciervos.

Como el que espera que un día Meryl Streep se cruce en su vida, y no tenga que salvarlo de nada, porque ya todo esté ganado y perdido.

sábado, 9 de enero de 2010

Cura para el resfriado

Hoy me he decidido a ir a ver un piso para alquilarlo. He ido al mediodía con una compañera del trabajo, por eso de que cuatro ojos siempre ven más que dos. Pero resulta que no nos hemos entendido con la agencia, y no hemos podido ver el piso, y he tenido que volver, esta vez yo sólo, por la tarde.

Me esperaba la típica chica que trabaja en una agencia inmobiliaria, con su abrigo medio pijo tapando una profesión de lo más absurda: enseñar pisos con la mayor desgana del mundo. Hemos entrado, he visitado, ella apenas ha pronunciado palabra. Un piso mono, con su parquet y su calefacción y su baño y cocina nuevos y un patio espectacular.

Al terminar la visita, he hecho un par de llamadas, y me he puesto a caminar. Hacía un frío de cojones, y para colmo como un imbécil hoy he salido tapado sólo con la americana que me regalaron en navidad. Ni siquiera bufanda. Un desastre, con el agravante de que arrastro un buen resfriado.

Caminando, con ese frío y esa noche incipiente, me he preguntando qué coño estaba haciendo. Con treinta y un años, después de siete años manteniendo una relación a distancia imposible, todavía enamorado pero sin una gota de amor en el vaso de mis pasiones. Y visitando un piso que me queda grande y vacío. Para vivir sólo. Para disfrutar en soledad de mi dinero y mis vicios.

Ya en casa, he dormido un rato. Dormir es lo mejor que puede hacerse cuando uno está triste. Me ha despertado landiman un rato más tarde para irnos a cenar al BJ con Laia, Alberto, Cristina, Xavi, Mariano. Nos hemos puesto hasta arriba de birras, y luego unos gintonic, y después unos chupitos.

Una reunión de borrachos treintañeros, hablando de posmodernidad, pornografía, amistad y asuntos similares. Y fumando y bebiendo sin parar. Y riendo, y preguntándonos por el tiempo que todavía nos queda para repetir estos encuentros. Y yo con mi resfriado, terminando las servilletas del servilletero.

Para conjurar el maldito paso del tiempo, hemos quedado mañana para compartir una tortilla de patatas y unos estándares de jazz. Ya tengo ganas de tocar la guitarra, y cantar a gusto.

Es la cura para este resfriado que arrastro, con la garganta irritada, los mocos tozudos y el rumbo sin rumbo. Igualito que la infeliz con abrigo medio pijo que me ha enseñado el piso esta tarde.

viernes, 8 de enero de 2010

Lágrimas saladas

Dice landiman que no le gusta que en mi última entrada describa las lágrimas como amargas. "Las lágrimas son... saladas", me ha dicho. "Pero no son amargas".

Tiene razón, las lágrimas son saladas, y el adjetivo "amargas" tiene connotaciones demasiado manidas literariamente.

Entonces hemos hablado un ratito, y se me ha ocurrido que escribo este blog igual que toco la guitarra. Las "lágrimas amargas" de las que puedo hacer uso en tantos textos, son como las mismas frases de blues que repito hace tiempo. Lugares comunes, que sin embargo te hacen pasar un buen rato tocando, un buen rato escribiendo.

Las lágrimas son saladas, dice landiman, y algo extraño pasó cuando se creó este mundo para que mar y lágrima contengan el mismo elemento, añade.

Las lágrimas son saladas, y el caldito de tu cuerpo tiene un gusto metálico, adictivo. En eso sí que ha estado de acuerdo landiman.

Entonces he pensado que recuerdo mucho mejor el sabor de tu líquido más íntimo que el sabor de tus lágrimas.

Y me ha hecho feliz, porque eso significa que mi cerebro funciona. Que ya ha entendido que es mejor recordar las lágrimas de tu sexo que las lágrimas de tus ojos.

Y que ahora ya puedo olvidarte.