domingo, 19 de noviembre de 2006

Maneras de escuchar un blues

Es hermosa esta noche de verano,
aunque no más hermosa
que cualquier otra noche de verano.
Es hermosa esta noche en que estoy solo,
y fumo, y he dejado
en penumbra la casa mientras suena
un dulce y triste blues,
un blues tan triste y dulce como otros.
Nada en mí, ni en la noche, ni en la música,
se diría especial, y sin embargo
existe algo muy hondo en esas cosas
que parecen sencillas:
una extraña grandeza que no acaba
de ser exaltación, tragedia, paz,
pero que es todo eso, y es también
un sentir claramente
que para que esto ocurra ha sido necesario
apurar estos años, acumular recuerdos,
haber ganado
y haber perdido tantas cosas.
Para que este piano suene así,
para temblar así con esta música,
ha sido necesario
ir llenándola poco a poco
de belleza y de daño, ir llenándola
con nuestra propia vida, para que se parezca
a nuestra propia vida, y suene así:
tan insignificante
y tan grande, tan triste, tan hermosa.


El poema es de Vicente Gallego, y además de exaltar lo hermosa que puede resultar una noche de verano en la soledad de la terraza de casa, supongo que viene a decir que todo sentimiento sólo nos llega a través de nuestro propio calado, de nuestros propios sentimientos.

Es un bonito consuelo, aunque para mí el blues sea algo mucho más primitivo, como hacer el amor. Así que tendré que tocar un blues y olvidarme de que no estás conmigo.

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