miércoles, 11 de noviembre de 2009

Un concierto de Brad Mehldau

La vida tiene la costumbre de pasar ante tus ojos sin avisar.

Hoy mi hermana me ha llevado a un concierto de Brad Mehldau.

Llegamos justos de tiempo, y mientras apresurados nos buscamos a la salida del baño, me parece ver a una antigua compañera del colegio.

Subimos a nuestras localidades en el segundo piso, se hace el silencio y Brad comienza a tocar. Cierro los ojos, y mi mente comienza a vagar por recuerdos de amores y lugares perdidos.

Escuché a Mehldau en directo por primera vez en el Yoshi's, en Oakland. Recuerdo a la chica que me llevó desde Berkeley con su Volkswagen Polo, un coche raro en Estados Unidos. Alta, flaca, morena, una yanki peculiar y muy guapa también. En el Yoshi's estabas cerca de los músicos, y podías comer sushi y tomarte una cerveza japonesa. Jazz à la americaine.

Ahora lo escucho con mi hermana al lado, ocho años después. Era una renacuaja cuando yo lo disfrutaba en Berkeley, y ahora me lleva ella.

Y yo sigo escuchando a Brad y mi mente sigue campando a sus anchas por las páginas neuronales de mi vida.

Ahora es el turno de un blues. Y un blues siempre da la talla emocional, y Brad sabe entrar y salir de sus redes como un pez que no se deja capturar fácilmente. No es fácil, cierto, pero a veces toca la tecla adecuada, sólo es necesaria una tecla, y comprendes que todo tiene sentido.

Woody Allen dijo que la música es el arte más directo: lo escuchas y lo sientes. Desmiente al judío el tipo sentado a mi lado, que ignora el concierto mientras juega a montar puzzles con su iPhone.

Mehldau obsequia al público con tres bises. En el Yoshi's, sólo tocó cuarenta y cinco minutos y se largó. Quizás le molestaba que el público comiera sushi. O quizás, como dice la sensatez de mi hermana, no se encontraba bien ese día.

El concierto ha terminado, y saludamos a un colega de mi hermana, y caminamos hacia el metro, y parece ser que el último bis ha sido una versión de Sunshine of your love, y en la parada de Paseo de Gracia nos despedimos.

El amor no es un amanecer, como en la canción de Clapton. Es más bien como esa tecla que a veces toca Brad Mehldau, cuando comprendes que todo tiene su sentido.

A veces esa tecla son unos ojos en una cara en la que todavía reconoces lo que pudo ser y no fue.

2 comentarios:

  1. Me ha gustado esto, Fruitman...

    ResponderEliminar
  2. un placer, amigo. nos debemos tú y yo más de un concierto, o más de un paseo. un abrazo.

    ResponderEliminar