A los once años, me apunté a un cursillo de karate con un amigo con el que solíamos ver películas de Bruce Lee.
Una tarde, me dio palo ir a clase. Así que me di media vuelta, regresé a casa y le dije a Teresa, la asistenta, que el profe estaba enfermo y se había cancelado la clase. Repetí la misma mentira a menudo en los días que siguieron. Tanto la repetí, que Teresa acabó por llamar al curso y preguntar por qué fallaba tanto el profesor, y descubrió la verdad.
Me llevé una buena bronca, pero en lugar de acojonarme, me impulsó a mejorar mi técnica de la mentira. Poco a poco, empecé a aficionarme a mentir de manera rutinaria. Cualquier cosa, por insignificante, era buena excusa para inventar una nueva mentira.
Algunas mentiras duraban tantos días, tantos meses, que tuve que construirme una especie de universo paralelo en el que incluía todas las mentiras, y que me permitía navegar con fluidez en mis relaciones con los demás. Era apasionante. La realidad, tan absurda, tan vulgar, se volvía primavera en mi jardín de mentiras. Y yo las regaba y las hacía crecer, y a veces decidía cortarlas a mi antojo, y se las servía a mi incrédula madre, que se comenzaba a preocupar por mi creciente obsesión.
Ahora creo que mentir o no mentir ya no me obsesiona. He vivido escenas de dolor extremas que me han convertido en un personaje algo cínico, que tiende a preocuparse únicamente por lo que merece la pena en este mundo: la amistad y el amor. Por eso el otro día me hizo gracia que una compañera de trabajo me dijera, en un descanso de la reunión con un cliente en Madrid: "si manipulas así a los clientes, no quiero ni pensar en cómo nos debes manipular a nosotros".
Al terminar la reunión, regresamos al hotel. Me estiré en la cama con ese gusto tan bueno que da estirarse en una cama limpia. Abrí los brazos y miré hacia el techo. Y me pregunté si alguna vez había manipulado a mi compañera de trabajo, que dormía la siesta en la habitación de al lado.
Supongo que sí, que sigo mintiendo. Pero es que yo creo en los mentirosos que me hacen reir, y desconfío de la sinceridad del aburrimiento. Un hecho sólo es verdadero cuando sucede. Después, todo son mentiras.
Debí dormir unos quince minutos antes de levantarme y lavarme los dientes. Sin ponerme las bambas, salí de mi habitación, y llamé en la puerta al otro lado del vestíbulo.
Y cuando me abrías la puerta, cogí aire para seguir mintiendo.
Brutal.
ResponderEliminarDe subrayado, es más. Es fantástico que escribas otra vez.
es un honor viniendo de ti, g. a mí me parece fantástico que me sigas leyendo.
ResponderEliminarMentir es imaginar y la imaginación es ficción. La ficción es una segunda realidad, mejor. Miente, pero miente siempre con sinceridad.
ResponderEliminar"miente siempre con sinceridad" - ¡qué gran verdad! ;) mentiría si no dijera que algún día tendré que conocer a la autora de tan buena frase :)
ResponderEliminarMentiría si dijera que tal frase es mía y que no se la robé a Godoy cuando vi a ver su monólogo en el teatro hará unas dos semanas.
ResponderEliminaren este caso, mentir hubiera sido mejor, no? ;)
ResponderEliminarSin duda alguna. Aunque, como dijo TS Eliott: the only wisdom we can hope to acquie is the wisdom of humility: humility is endless.
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