Llego a la estación a las 17.35, el panel digital con los horarios indica que mi tren no sale hasta las 18.30. Compro un paquete de tabaco en el bar, y salgo a fumar un cigarrillo.
La luz es gris y gastada como el metal viejo de las columnas y las marquesinas, árboles muertos que ya no crecen en los andenes.
Un filipino me da fuego, y a penas consigue decirme "de nada". Un tipo está sentado en un banco, la barba negrísima, su silla de ruedas aparcada al lado. Siempre que veo una silla de ruedas recuerdo que si no hubiera tenido mucha suerte, yo también habría terminado en una de ellas.
Fumo y camino hacia el extremo descubierto del andén, donde la luz es más azul y se respira algo de mar. Una chica de pelo rubio, la piel blanquísima, está sentada en el último banco. Hace un amago de d
levantarse, y comprendo que me he equivocado. Desaparece la piel hermosa de su cara en la distancia, y veo una mujer inflada, desmejorada, casi vagabunda, que se acerca a pedirme dinero. Olvido el azul y el olor a mar, le digo "no tengo nada" y apuro mi cigarrillo mientras doy media vuelta.
Entro en el edificio de la estación, y me siento frente a una mujer que le cuenta a su amiga que el otro día entró en la habitación de su hija de 14 años, y la encontró estirada en la cama con el novio de 15 años. A la madre no le importa, dice, que se sienten juntos frente al ordenador, pero estirarse en la cama no es aceptable. Me pregunto qué hay de mejor en un ordenador que en una cama cuando tienes 14 años y estás enamorada.
Saco mi moleskine y comienzo a escribir que he llegado a la estación a las 17.35, y mi tren no sale hasta las 18.30.
Tengo una chica delante con unos pendientes de aro enormes. La miro, son verdaderamente horribles, gigantes. Lleva el flequillo cortado hasta media frente, gafas de patilla gruesa y blanca, un iPod directo a sus orejas y el móvil en la mano. Me pregunto si sospecha que ahora mismo la estoy garabateando en mi libreta. Ahora me muestra su perfil, ahora se gira porque llega un tren y hace ruido y la sala se inunda de gente. Se levanta, tiene un culo mediocre. Da unas vueltas por el vestíbulo, para que pueda apreciar mejor su cuerpo, pretende distraerse con las máquinas expendedoras de billetes, y vuelve a sentarse delante mío.
Ahora soy yo quien se levanta. Voy a fumarme otro cigarrillo antes de subir al tren.
Qué gusto leerte de nueva cuenta. Llegué a pensar que no volverías a las andadas ;)
ResponderEliminarComparto esa afición por fumar cigarros.
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