jueves, 13 de julio de 2006

Puto calor

Habiendo sufrido en mis carnes el calor del trópico en Hong Kong, no debería estar tan asqueado con el calor de estas últimas tardes (las mañanas las paso refrigeradas), pero qué quieren, me ha cogido por sorpresa, en el doble sentido del verbo.

Hoy ingresaron a mi abuelo en el hospital. Mi madre y mi tío lo encontraron de madrugada entre sábanas literalmente bañadas en sangre. Finalmente, fue sólo una hemorragia nasal sin excesiva importancia, pero perdió mucha sangre y se quedará un par de días en el hospital, en "observación". He ido a visitarlo esta tarde, lo he visto desnudo y frágil, y he pensado en lo que debía estar pensando mientras le hacía broma y le advertía que estaba ya mayor para seguir con el boxeo.

Seguro que, mientras se cagaba encima, se ha cagado en la puta vida, y acaso pensaba en la carne de esa mujer joven que ya nunca volverá a morder. No, ahora sólo le queda hablarle a la enfermera de lo sabio que es su nieto, que a los 22 años se licenció en física y se fue a buscar la vida a un lugar llamado San Francisco, y ahora tiene una novia china guapísima a la que quiere como a una hija.

Me gustaría regalarte mi cuerpo por unas horas, abuelo, y que pudieras emborracharte y fumar y follar con mi mujer durante una noche entera antes de irte al otro barrio. Abuelo, para mi no eres un viejo, e incluso cuando decidas morirte, seguiré tratándote como a un hombre que maldice al tiempo y conserva intacto el deseo.

Así me gusta pensarte porque así me gusta pensar mi propia vejez, esa vejez que los hospitales me recuerdan mezquinos, tan blancos, tan limpios, tan correctos, tan hijos de puta. Y pues mamá tenía dos entradas para el teatro, abuelo, y he querido aprovecharlas porque ella se ha quedado contigo, y te he dicho adiós y te he besado en la frente, y he caminado casi una hora hasta el maldito teatro, cigarrillo tras cigarrillo, con el puto calor, el puto calor que me ha cogido por sorpresa estas últimas tardes.

Estate tranquilo, abuelo, que en unos días volveremos a encontrarnos alrededor de una mesa repleta de pescadito y chipirones fritos, y cerveza sin alcohol, y nos echaremos unas risas, y miraremos con deseo el escote de la camarera, y por unos instantes, quizás, te olvidarás de lo viejo que estás, y al levantar la copa para brindar conmigo, sentirás que vale la pena seguir vivo.

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