Hoy me he decidido a ir a ver un piso para alquilarlo. He ido al mediodía con una compañera del trabajo, por eso de que cuatro ojos siempre ven más que dos. Pero resulta que no nos hemos entendido con la agencia, y no hemos podido ver el piso, y he tenido que volver, esta vez yo sólo, por la tarde.
Me esperaba la típica chica que trabaja en una agencia inmobiliaria, con su abrigo medio pijo tapando una profesión de lo más absurda: enseñar pisos con la mayor desgana del mundo. Hemos entrado, he visitado, ella apenas ha pronunciado palabra. Un piso mono, con su parquet y su calefacción y su baño y cocina nuevos y un patio espectacular.
Al terminar la visita, he hecho un par de llamadas, y me he puesto a caminar. Hacía un frío de cojones, y para colmo como un imbécil hoy he salido tapado sólo con la americana que me regalaron en navidad. Ni siquiera bufanda. Un desastre, con el agravante de que arrastro un buen resfriado.
Caminando, con ese frío y esa noche incipiente, me he preguntando qué coño estaba haciendo. Con treinta y un años, después de siete años manteniendo una relación a distancia imposible, todavía enamorado pero sin una gota de amor en el vaso de mis pasiones. Y visitando un piso que me queda grande y vacío. Para vivir sólo. Para disfrutar en soledad de mi dinero y mis vicios.
Ya en casa, he dormido un rato. Dormir es lo mejor que puede hacerse cuando uno está triste. Me ha despertado landiman un rato más tarde para irnos a cenar al BJ con Laia, Alberto, Cristina, Xavi, Mariano. Nos hemos puesto hasta arriba de birras, y luego unos gintonic, y después unos chupitos.
Una reunión de borrachos treintañeros, hablando de posmodernidad, pornografía, amistad y asuntos similares. Y fumando y bebiendo sin parar. Y riendo, y preguntándonos por el tiempo que todavía nos queda para repetir estos encuentros. Y yo con mi resfriado, terminando las servilletas del servilletero.
Para conjurar el maldito paso del tiempo, hemos quedado mañana para compartir una tortilla de patatas y unos estándares de jazz. Ya tengo ganas de tocar la guitarra, y cantar a gusto.
Es la cura para este resfriado que arrastro, con la garganta irritada, los mocos tozudos y el rumbo sin rumbo. Igualito que la infeliz con abrigo medio pijo que me ha enseñado el piso esta tarde.
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