martes, 11 de septiembre de 2007

Huir de la ciudad




Entonces uno debe huir de la ciudad, y adentrarse en la entrepierna de calles blancas y estrechas del pueblo. Pero no sirve cualquier pueblo.

Debe ser pequeño y a la orilla del mar, de modo que antes de acostarnos, cada noche, podamos escuchar el rumor de las olas mientras apuramos un último cigarrillo.

Debe ser un pueblo de pescadores, de modo que cada tarde bajemos a comprar el pescado recién pescado para cenar y a la brasa.

En fin, que hoy he regresado de cuatro magníficos días en Port de la Selva, y Barcelona me ha parecido absurda y decadente.

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