Un nítido recuerdo
del placer que hallé en ti suena sordo en la noche
como una campana.
Sola campana de mi noche sola,
dobla tú por el día
que de mi amor fue entero,
ahora que sólo soy obligado inquilino
del recuerdo.
Te dabas en la noche a la voraz y oscura
hambre mía de ti,
y era aquel apetito, no lo supe,
prevención inconsciente de esta hora.
Peleamos en la batalla
de quien busca clavar sobre un cuerpo su cuerpo
por imprimir en la sombra de otra vida
lo que va perteneciendo al humo
porque fue de la llama.
Desatendemos hoy la llama juntos,
la que juntos prendimos,
la que nos dio calor, la que juramos juntos
conservar en su frágil crepitar melodioso.
De su música ardiente nos desvela la noche
el frío eco dolido
de aquel sueño en su luto, de esta rota vigilia.
Un nítido recuerdo
del placer que hallé en ti
se dibuja en el aire contrariado
de mi vivo deseo
todavía.
Y al diablo me ofrezco por tu espalda desnuda.
¿Pero quién eras tú?
¿Y quién fue el que te amó?
¿Y por quiénes redobla, en la noche del otro,
esta sorda campana?
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