domingo, 12 de marzo de 2006

Duermevela

Ha sido un fin de semana excelente, de esos que uno desearía que no terminaran nunca, con un poquito de muchos ingredientes distintos, pero todos en armonía, y con mucha tranquilidad.

Por la mañana estuve haciendo algunas fotos, y luego volví a nadar como en los viejos tiempos: pim pam pim pam pim pam... 2000 metros, 80 largos. Acabé bastante cansado, hacía ya meses que no nadaba con esta intensidad, pero me ha alegrado comprobar que mis débiles músculos todavía resisten lo necesario.

He comido con mi madre, he repasado (por fin) los movimientos de mi única cuenta bancaria, me he puesto un poco de mala leche por lo rápido que se escapa el dinero (ha sido el único momento disonante del fin de semana: como siempre por culpa de la maldita pasta) y he echado una cabezadita.

De vuelta a mi casa, he ordenado la cocina, he puesto una lavadora y me he terminado la novela "El curioso incidente del perro a media noche". Curiosa novela, aunque un poco cansina al final: como todas las novelas curiosas, al final ya dejan de ser curiosas. Pero la última frase del libro no está nada mal. Y ahora quería escribir esta frase final, pero quizás a ustedes no les haría mucha gracia si por casualidad están leyendo el mismo libro, o tienen pensado hacerlo porque se lo regalaron para su cumpleaños.

En fin, quise entonces comenzar otra novela, pero decidí fumar un trocito de cigarrillo de maria que me regaló Sol ayer, y me estiré en el sofá y leí algunos poemas de Carlos Marzal. Entonces entré en el estado duermevela, con los ojos cerrados y la mente transitando entre el sueño y la realidad.

Y pensé en ti pero era distinto, tu presencia se me aparecía ahora menos intensa, más lejana, difuminada, y no me importaba que no estuvieras cerca o que no pudiera abrazarte y besarte y hacer el amor; no me importaba que no quisieras estar conmigo. Eras un pensamiento más, plácido en la tarde oscura y silenciosa de mis ojos cerrados.

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