El relato de verdad vendrá más tarde, ahora sólo quiero anotar rápidamente el fin de semana.
Son las 2:47 de la noche y hemos regresado de Valencia. Al final hemos cogido el autocar de las ocho de la tarde en lugar del de las séis, a pesar de que por un momento, en la estación de autobuses, estuvimos a punto de alargar la estancia en Valencia, y coger billete para el autocar de las 3 de la madrugada. Si lo hubiéramos hecho, ahora estaríamos en la estación de autobuses de Valencia, Landiman, a punto de coger el autobús.
Pero no lo hicimos, y aquí estoy. Sin embargo, ha sido bueno retrasar al menos dos horas el retorno. Hemos tenido tiempo de ir al Cañabal, un barrio marginal, gitano de Valencia junto a la playa. Hemos ido a la playa, junto a la Malvarrosa, por donde todavía circulan los tranvías. Una playa magnífica, una paz añorada y que al mismo tiempo me producía añoranza y felicidad, de modo que el resultado neto era una sensación indefinida de bienestar.
Todo el fin de semana ha sido parecido. Recuperé varios instintos olvidados:
- el instinto de las vacaciones en un lugar extraño, viajando con pocas cosas y mucha autocomplacencia, hedonismo casi.
- el institnto de conocer a nuevas personas, sin la responsabilidad del largo plazo: simplemente el encuentro, y la risa del absurdo, el momento
- el institnto de que una mujer entre en un pijama de shorts y camiseta en mi habitación, cuando ya estoy metido en la cama, y ordene su ropa, y coja su neceser y vaya al baño, y al cabo de cinco minutos regrese, y apague la luz, y se meta en la cama y diga "buenas noches".
- el instinto de desayunar habiendo dormido poco, pero con sol y pan y mantequilla y mermelada, y café recién hecho, y anarquía organizada alrededor de una mesa redonda de madera.
- el instinto del viaje.
No ha habido, en este viaje, ninguna manifestación de la organización de mi vida semanal. He roto con la rutina, me he desplazado, y aunque no haya encontrado una realidad totalmente fascinante, ha valido la pena. Porque he recuperado muchas cosas que hacía tiempo que no saboreaba, y su sabor seguía seduciéndome con toda la fuerza de los veinte años.
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