Hace ya tres semanas que no trabajo por las tardes. De todas ellas, sólo una la he dedicado a escribir. Las otras se repartieron entre acontecimientos desgraciados, amigos, compras, recados pendientes, limpiezas, traslados, llamadas, piscinas, películas, visitas al médico, cervezas, despedidas,... No me arrepiento, aunque no deja de joderme un poco que cada año me suceda lo mismo, y que me cueste tanto encontrar tiempo para estar completamente solo.
Pero es quizás inevitable, y de poco sirve lamentarse. Por delante tengo tres semanas más en las que sí voy a estar solo. Completamente solo en la ciudad donde reside una de las personas a las que más quiero y menos veo. Paradojas de la vida.
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