lunes, 30 de octubre de 2006

Albada en la noche

Yo creo que la gente se complica demasiado la vida en búsqueda de la felicidad. La felicidad es simple: consiste en estar bien acompañado en todo momento. Disfrutar de los que te rodean, en su compañía y en su ausencia.

A veces, como ahora, hay que joderse y pensar que la felicidad no puede ser continua, que a veces se termina el hilo y hay que recoger un rato antes de poder soltar de nuevo el sedal.

En estos momentos de nostalgia, no hay que lamentarse. Tan sólo hay que pensar en una mujer hermosa, en lo bonitos que pueden ser unos ojos cuando miran desde tu rostro. En fin, te añoro, extraño tu calor en tu cuerpo y en otros cuerpos.

Pero fumo y leo, y me entretengo con poemas como éste. Porque algo debo de hacer, cariño, a mi que esto de trabajar no me alivia de nada.


Albada

Despiértate. La cama está más fría
y las sábanas sucias en el suelo.
Por los montantes de la galería
llega el amanecer,
con su color de abrigo de entretiempo
y liga de mujer.

Despiértate pensando vagamente
que el portero de noche os ha llamado.
Y escucha en el silencio: sucediéndose
hacia lo lejos, se oyen enronquecer
los tranvías que llevan al trabajo.
Es el amanecer.

Irán amontonándose las flores
cortadas, en los puestos de las Ramblas,
y silbarán los pájaros -cabrones-
desde los plátanos, mientras que ven volver
la negra humanidad que va a la cama
después de amanecer.

Acuérdate del cuarto en que has dormido.
Entierra la cabeza en las almohadas,
sintiendo aún la irritación y el frío
que da el amanecer
junto al cuerpo que tanto nos gustaba
en la noche de ayer,

y piensa en que debieses levantarte.
Piensa en la casa todavía oscura
donde entrarás para cambiar de traje,
y en la oficina, con sueño que vencer,
y en muchas otras cosas que se anuncian
desde el amanecer.

Aunque a tu lado escuches el susurro
de otra respiración. Aunque tú busques
el poco de calor entre sus muslos
medio dormido, que empieza a estremecer.
Aunque el amor no deje de ser dulce
hecho al amanecer.

-Junto al cuerpo que anoche me gustaba
tanto desnudo, déjame que encienda
la luz para besarte cara a cara,
en el amanecer.
Porque conozco el día que me espera,
y no por el placer.

Albada, Jaime Gil de Biedma

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