martes, 4 de enero de 2005

Sabes?

Sí, claro, seguro que sabes. Pero quizá no sepas que en las noches me debato entre nubes de humo verde, ciego, ignorante del perfume que me condujo al fondo de tu falda, oscuro como la luz del sol en la noche que quizá no sepas. En la noche, todo termina en la noche, en mi noche que es a menudo la tuya, cuando tumbas tu cuerpo invisible sobre mi alma húmeda de recuerdos secos; seca alma ávida de humedad.

Pensé en decirte lo bonito que sería repetir lo que nunca llegamos a consumar. Pensé en decirte que vinieras conmigo y regresáramos a la vida verdadera, atrapados en el río de la felicidad que no se siente pero se puede tocar. Debería planear este año, ¿sabes? Construir mi pequeño proyecto y que al terminar el diciembre que viene esté orgulloso de su maduración, como de un buen vino recién embotellado.

Sí, lo ves, ya no estoy enamorado. Puedes verlo en las combinaciones de palabras que construyo, ¿verdad? Por ejemplo esta última, qué fea, y esta todavía más, y esta. Esta. Antes... Antes tu cuerpo caliente y mercurioso en su fuga alimentaba mi fuego nocturno. Antes te tocaba y sentía algo completamente nuevo cada vez, y a medida que te descubría quería fundirme en tu carne y sin embargo no podía, y eso alimentaba todavía más mi sed de perdido en el desierto de tus muslos. Antes era sed lo que sentía, hambre infinita, ansia sin límite en la vida, más allá de mi muerte certera. ¿Lo sabes, lo has sentido alguna vez? ¿Has deseado así a quién te desea, al padre de tu carne alumbrada, al tiempo de tu tiempo, al dueño nocturno de tu imperio oscuro? A veces, hacéis el amor una tarde de sábado, y por unos minutos lo deseas como lo deseaste la primera vez. Pero qué pronto se pasa, incluso antes de que te corras. Y entonces, ¿qué haces? ¿qué sientes? Nada, y de nada te sirve ya entonces regresar a mí, a ti, para consolarte y consolarme, y a pesar de la tristeza infinita creer y creerme que aún es posible la felicidad sostenida.

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