Amanece. La luz del cielo me recuerda al color de tus ojos hace unas semanas. Me quedo sentado, mirándolo mientras os levantáis, y pienso que lo peor del amor es darte cuenta de lo absurdo que puede ser. Como el tuyo, torjman, que hace diez días temblabas al leer su nombre, o como yo, que me divertía hablándote en el trabajo hace unas semanas.
Ahora tus ojos son de un color distinto. Ya no son el turquesa manchado por el humo de las hogeras, sudor invisible del cielo. Son de un color que sólo transmite color. De un color de conversas banales para matar el tiempo, de sonrisas de borracho bajo la luna fluorescente. Del color de una condena que nadie se molesta en cumplir.
Azules, tan sólo azules.
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