Son las 14:09, sigo en la oficina tras cinco horas gestando la resaca, que cada vez es mayor. Como el año pasado, volvimos a salir los del trabajo, y estuvo bien, muy bien... aunque fue más de lo mismo. Quizás por eso, en la mitad de la noche, decidí regresar a casa sólo, subir las escaleras de casa sólo, sacarme sólo la ropa... no pude encontrar el pijama y me quedé desnudo y sólo estirado en la cama; el móvil al lado con la alarma puesta a las 7:30.
No ha sido necesaria la alarma, porque a las 7:10 ya estaba despierto, con el mismo malestar con el que me fui a dormir. Un malestar de beber demasiado, cierto, pero también de no encontrar la felicidad deseada en el alcohol, en la risa, en la música, en un baile, en la contemplación de unos cuerpos radiantes y felices, casi adolescentes.
Como en otras ocasiones, en un momento de la noche me caí, y ya no supe levantarme. Conozco el motivo, y no me asusta, pero también sé que ya no tiene sentido levantarme otra vez: y eso tampoco me asusta, pero me entristece. Me entristece pensar que debo buscar otro camino, otro motivo, y abandonar todo lo que he conseguido hasta ahora. Todos los ojos que me han hecho vibrar, las voces quebradas que me han hecho llorar, las sonrisas que me sonreían,... todo debe borrarse, olvidarse. Y también debe olvidarse lo que pudo ser, los interrogantes que han quedado sin respuesta... todo, en una pausa eterna que ya no volverá a ponerse en marcha.
La vida consiste en descartar lo que pudo ser. Sería un engaño pensar que escogemos: cuando uno ama de verdad a la vida, tanto como yo la amo, cualquier elección se convierte en un descarte. Es imposible mantenerse en más de un frente. Yo descarto la vida de ahora, con el aliento del 2006 soplándome ya a la espalda.
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