Recuerdo una época en que solía ocultar mi identidad a la chica que, reticente, osaba acercarse a menos de medio metro de distancia, en la noche cualquiera: "nunca, nunca digas que eres físico, porque entonces ya la has cagado". Quizás era porque, todavía, no era físico entonces, o porque, bien pensado, era una buena coartada para justificar los repetidos fracasos de la noche canalla y cruel que me regresaba, solitario, a la cama.
Ahora ha cambiado, ahora ser físico suele ser la bandeja en que apoyo los cartuchos de la noche. Es una entrada perfecta que, últimamente, se ha probado útil y respetada. Ser físico ya no es una minusvalía, todo lo contrario: despierta curiosidad, cierto asombro y una aureola de tipo raro que conviene cultivar, pues la rareza siempre lleva al interés por desenmascararla.
Uno puede afirmar, tras la típica pregunta de "qué haces?" o "qué eres?", con la voz tranquila y aspecto de poca importancia: "soy físico". La noche cobrará entonces una luz diferente, y uno tendrá la seguridad de poder lanzar toda suerte de mentiras ignorantes acerca de la naturaleza del mundo con la certidumbre de que serán escuchadas hasta con admiración. "Porque la mecánica cuántica tal y cuál, el tiempo, el espacio..." Da igual lo que digamos: sólo debe sonar bonito y adecuado al momento.
Hasta los veintipocos, uno liga con literatura barata: a los 27, lo mejor es hablar de literatura cuántica.
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