Tengo delante un par de trozos de merluza. Es tarde, demasiado tarde, pero no me decido al primer mordisco. A decir verdad, preferiría que fueras tú, lectora imaginaria, la que estuviera delante. A decir verdad, querría darte a ti el mordisco, envolverme contigo en la cama y combatir el frío hasta que el vaho cubriera los cristales de esta ventana de soltero y dibujaras tu nombre y el mío, rescatando un pedazo de tu adolescencia lejana.
Pero estás hecha de letras y miradas que no existen, voluntades apenas intuídas en la cotidianeidad de los gestos. De fuego y hielo, de vapor de agua que no nace en tus suspiros ni en los míos.
La mía es una ventana de soltero: transparente, fría, inútil para dibujar en ella el corazón de la mentira tras el amor.
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