Cuando volvíamos para casa, Anita me ha preguntado: "qué vas a hacer?" Y bueno, pues no he sabido bien qué responder, alguna vaguedad simplemente. Pero creo haber terminado diciendo: "seguir estando feliz".
Me he comprado una muñequera (he visto una farmacia abierta y he pensado en Ingrid y me la he comprado) muy chula, he subido para casa y me he estirado en el sofá. Y realmente, he continuado feliz: simplemente, no he atendido a ninguna responsabilidad más que sentirme tranquilo, en paz.
Como te sientes cuando te sientas a leer un libro, en soledad y con todo el tiempo por delante, nada que atender más que el libro, ya has hecho todo lo que era necesario antes.
Así me he sentido ya cuando volvía a casa, pero entonces pensaba que sería bonito tener a alguien leyendo al lado, también en silencio pero sintiéndola tan dentro tuyo.
Ahora mismo quizás ya no creo que sea necesaria esa otra persona. O quizás sí, o quizás tan sólo baste con imaginársela la mayor parte del tiempo, y conocerla tan sólo de vez en cuando, en encuentros ocasionales. Quizás ese amor ocasional sea el único que existe, y por el que vale la pena vivir.
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