Lo confieso, yo también he participado en el boicot a los productos catalanes: en casa no se ha bebido más que champagne francés. Y ha sido delicioso. Moêt Chandon y Pommery, toda la noche, amenizados con Bombay, Ballantines y maría, mucha maría. Nunca podré estar de acuerdo con ningún estatuto, porque para mi el placer no entiende de fronteras (bien lo sé yo:)
Ha sido un fin de año raro. Llegaba más bien triste, apagado, peleado con mi novia y con pocas ganas de hincarle los dientes a la noche. Más o menos como toda esta última semana, agridulce. Y bueno, no es lo ideal para la noche en que se supone que por cojones tienes que pasártelo bien y abrazar a todo el mundo.
Fui a recoger a mi abuela y cenamos toda la familia materna en casa. Los vi bien, quizás más tranquilos que de costumbre, pero quizás también más felices, más harmonía. Como el vals de Strauss que pusimos justo después de las campanadas.
A la 1 regresé a mi casa, y empezó la otra celebración. Aún no entiendo muy bien cómo podía haber tanta gente en mi habitación y, sin embargo, parecía que había espacio. Encendí un porrete y me serví el primero de una serie infinita de gin-tonics, y escogí el rincón favorito de mi sofá.
Anna estuvo tremenda bailando desde su tribuna particular, con un escote francamente indecente e injusto con todos aquellos que no se llaman Jorge. Quizás por eso tan sólo sus colegas gay se atrevieron a bailar con ella :) Korina y Landiman desaparecieron de repente, presos de la lujuria y el cansancio. Roger y Ana (que escribo con una n para diferenciarlo de la otra Anna, con dos n) fueron excelentes compañeros de viaje en la galaxia de los alcohólicos, y recuerdo reir un montón con ellos mientras la ginebra seguía cayendo descarada. Y en fin, habían otras mujeres (creo recordar que tenían nombres distintos a Ana o Anna, aunque no puedo asegurarlo) y otros hombres, pero la interacción con ellos fue más limitada.
Hubo también un constante tráfico de mensajes de móvil, que ya se han convertido en la otra fiesta, la fiesta virtual. Debo comprarme un móvil nuevo para poderlos guardar todos. Me quedo con este: "tendrás tu beso a las 6, en la calle melancolía nº7."
A eso de las 4 llegó, inefable y elegante con su abrigo de sabina, el gran Al. No pude hacerle los honores y seguirlo en su espiral nocturno: iba demasiado drogado para bajar las escaleras, y me apetecía un rato de descanso para recargar pilas. Las recargué, y a las 5.45am desperté del letargo como por arte de magia, y me dirigí a la calle melancolía nº7, para recoger mi beso. En casa quedaban los restos de la noche, y alguna que otra caricia furtiva que presagia el sexo delicioso del amor.
Estaba esperándome. Llevaba un abrigo de franela cálida que contrastaba con el frío de su piel. Me detuve para mirarla en la distancia, desde el semáforo: fumaba ajena a mi presencia, con los ojos tan brillantes que podía distinguirlos desde la calle de enfrente, destellos de luz contra la oscuridad del pasado. Incluso parecía que estaba el alba con niebla, pero debía ser más bien culpa de mi etílico y ensoñador estado.
Estabas preciosa. Me diste el beso prometido. Hacía mucho frío. Liamos un porro y nos sentamos en las escaleritas de un portal, como dos adolescentes que no tienen más casa que sus corazones. Llevaba los guantes que me regaló mi hermana, y te hizo mucha gracia su mecanismo: los dedos quedan al descubierto pero pueden taparse con otra capa de guantes. Te pusiste mis guantes, hablamos más. Seguía el frío. De repente, la estridencia de una persiana rompió nuestra intimidad: en la acera de enfrente, alguien abría una cafetería. Alguien, a las 7 de la mañana del día 1 de Enero, se había despertado para abrir un bar. "¿Un café con leche?".
Entramos en el bar mientras el dueño todavía estaba encendiendo las luces y calentando la máquina. Me acerqué a la barra y pedí dos cafés con leche. El dueño aventuró un cumplido que nos hizo sonreir: "Parecen ustedes dos enamorados sin casa. Me alegra que sean los primeros clientes del 2006."
Y parece que le caímos bien, porque se sentó con nosotros al traer los cafés, y empezó a hablar contigo: "mi mujer y yo queremos tener otro hijo", soltó de repente. Tú seguías hablándole, y yo pensé en cómo será tener un hijo, y de repente me vino Ana a la cabeza, que el otro día nos dijo que en el 2006 iba a buscar a su segunda hija. ¿Cómo es posible sostener el amor, así tanto tiempo? Me pregunto si se quiere más al marido o al hijo que vendrá.
Pensé que a mi me gustaría tener un hijo, pero no soportaría tenerlo con la persona equivocada. Sería un infierno. Pagamos los cafés, salimos del bar y continué hablándote de hijos y de ser padre y de ser madre. ¿Cómo querer de verdad al hijo si no se quiere de verdad a la madre? Me dijiste que pensaba demasiado, que hablaba demasiado, que se me iba la bola y que si podías dormir en mi casa.
Hicimos el amor, dormimos, y me desperté sólo. Pensé que quizás siempre nos despertaremos solos. Pensé si la pareja más feliz también siente esa soledad al despertarse para servirse un vaso de agua, en mitad de la noche. Pensé en cómo hicimos el amor y en cómo era posible que ya no estuvieras, apenas unas horas más tarde.
Me he puesto a escribir, hará eso de unas horas. He ido reconstruyendo la historia del último día del año durante todo el primer día del año. He ido al cine con Korinna y Landiman: Manual de amor, hemos visto. Muy apropiada para hoy, una comedia italiana sobre las fases del amor. Hemos fumado unos cuantos canutos. Hemos comido excelente en un indio del raval: ese cordero y esas calderetas de verdura al curry, simplemente excelente. Lucita me ha dicho "estic molt trista". He jugado una partida de ajedrez con Landiman mientras Korinna miraba su correo o daba un paseo.
Y al final, he regresado a mi silla para terminar de escribir esta historia, que ya engloba el último y el primer día, y acaso el segundo. Me quedo con el fumar en el portal de la calle melancolía, esa calle que tan sólo tú y yo sabemos reconocer, y me quedo con la soledad de la mañana siguiente, con las ganas de saber dónde te fuiste. Pero volveré a encontrarte, y te lo agradezco. A veces, una vieja amistad te rescata del fondo del pozo. Y despiertas, y el recuerdo del sueño te mantiene feliz unos segundos. Suficientes para seguir queriéndote, vida mía.
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