domingo, 29 de enero de 2006

Fin de semana creciente

Creciente, porque fue de peor a mejor, como la luna, que siempre es más hermosa cuando se muestra llena, desnuda de blanco. La semana había sido bastante mala en lo personal: estaba resfriado y por las tardes, no conseguía concentrarme para preparar la clase del lunes. La tendencia siguió igual el viernes: nada salía de este teclado, las ideas no acudían a mis manos.
Y el sábado fué el desenlace: seguía igual de espeso, la garganta parecía que me dolía menos, pero las ideas seguían atascadas quién sabe dónde. Recuerdo haber pasado una tarde fatal: del sofá al ordenador, del ordenador al sofá... y vuelta a repetir. Me dolía mucho la cabeza y estaba furioso contra mí mismo. ¿Cómo era posible estar así de atascado? ¿Y por qué seguía pensando en lo que no debía pensar? ¿Por qué era incapaz de centrarme en algo concreto? Dí un golpe en la mesa muy fuerte, quise llorar y lloré sin lágrimas, exhausto, odiando mis sentimientos y mi inacción. Y así fué como decidí anular la clase del lunes: no podía exigirme tanto, estaba enfermo, con la cabeza drogada por el desenfriol, había trabajado mucho y sin resultados, y ya no podía más. A veces, hay que dar un alto y aceptar las propias limitaciones; a veces por mucho que queramos, el contexto no es propicio, y es inútil pretender vencer a los elementos.
Medité salir con Torjman por Gracia, pero llovía y me daba pereza. El plan era apetecible, unas birras, un bailoteo, la búsqueda conjunta de alicientes femeninos, pero mi cansancio era mayor. Así que llegó Korina, y le dije que fuéramos al cine con Landiman. Y eso hicimos, y a partir de ahí comenzó una noche fantástica.
Tras el cine, nos dirigimos al Marsella, y por el camino un camello muy amable nos dio chocolate de gratis. Y Joaquinsito, tengo que llevarte al Marsella, y nos tomaremos unas absentas y será mejor que Praga, ya verás. Porque las absentas nos cayeron de la puta madre, y con apenas cinco euros en el bolsillo, nos dirigimos al bar anarquista. En un rinconcito, comenzamos a charlar como si estuviéramos en casa, todo muy tranquilo, rodeados de libros y de una vela y de buena música, liando porretes y bebiendo cerveza, y bromeando acerca de un mensaje de móvil que no logramos descifrar. Porque cuando voy borrachete, me da por escribir mensajes de móvil, y me encanta recibir las respuestas, saber que a las 3 de la madrugada todavía hay almas despiertas, y comentar, y hablar, y volver a escribir, y seguir riendo, sobre todo reir, reir mucho.
El domingo ha sido también apetecible. He logrado olvidarme de alguna obsesión que últimamente me taladra, he leído tranquilo, en paz y sin prisa, y Lluís me ha enseñado unas escalas para tocar jazz y me ha hecho feliz aprender nuevos secretos de la guitarra.
Ahora ya me voy a dormir. Estoy algo nervioso por empezar de nuevo la semana. Presiento que va a sucederme algo que todavía no sé si es bueno o malo. De momento, intentaré dormir plácidamente. Voy a poner a Calamaro, esa canción que tántas veces he escuchado estos últimos dias. Me fumaré un cigarrillo, escucharé el silencio, y cerraré los ojos.

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