Volviendo al principio de la tarde, cuando bajábamos en el tren, y Anita me ha dicho que esto no es un diario, que son pensamientos profundos. Creo que ha usado esta expresión, o algo parecido. Sin embargo yo creo que tiene bastante de diario. Sí, quizás no enumero lo que he hecho en el día, si ha pasado esto o aquéllo, si este ha dicho tal cosa.
Bueno, quizás no me apetezca desvelar tanto de mí: en ese sentido, un diario secreto es mucho mejor. ¿Se imaginan si supieran todo sobre lo que pienso de ustedes? Sería tremendo, pero también terrible. Porque yo estoy seguro que pienso muchísimas cosas sobre ustedes que no son ciertas seguramente, y sin embargo las pienso. Y es que iba a perder a más de un amigo, a más de una amiga, si pudieran conocer todos mis pensamientos.
Y supongo que es normal. Quiero decir, el cerebro no puede ser tan perfecto. Es imposible no tener pensamientos contradictorios, incompatibles, erróneos, incorrectos.
A mi lo que me gusta, Anita, es recordar por qué me puse a escribir lo que escribí tal día. Por qué escribí, y en qué circunstancias, ese pensamiento profundo. Entonces empiezo a recordar, y puedo leer el diario de aquél día en mi pensamiento (aunque un poco de maría nunca está de más)
Recordar, por ejemplo, por qué escribí aquél poema sobre el taxi en el que regresé, tenía 20 años, sólo a casa. Cómo cambian las cosas. Entonces me enamoré tanto de tí, y ahora soy incapaz de reproducirlo. ¿Quizás por qué ya no tengo 20 años? Puede ser, por qué a mis 27, todo ha cambiado demasiado.
Aunque empezáramos a vernos, otra vez, ya no sabría enamorarme de nuevo, sentir lo mismo que en aquél taxi.
Todo el mundo debería escribir un diario. Sería sencillo, son tan sólo 20 minutos al día. Poco a poco, el diario les iría absorbiendo, y acabarían dedicándole muchos días de poco sueño. Entonces podrían conocer de verdad a aquellos que aman. Saber si todavía les absorben más que su propio pasado escrito en unas páginas electrónicas de un diario. Saber si todavía sienten lo mismo que aquél día, hace muchos años, en que se sentaron en un banco bajo un árbol, y se dijeron que se querían. El césped verde del campus delante, el pequeño edificio junto al campanario donde él tenía un pequeño despacho. ¡Qué pardillo era entonces!
¿Qué haría, ahora, con un despacho junto a ese campanario? ¿Qué haría, ahora, con las vistas de la bahía desde el monte? ¿Con las mujeres que no conoció, con los hombres que conoció?
El mundo es puto azar. Nada tiene sentido por qué todo tiene sentido. Yo creo que lograré ser feliz, y que tú también lo seas.
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